Recientemente he tenido la oportunidad de ver un interesante documental sobre la construcción de montañas rusas y la necesidad de construirlas cada vez más altas y más rápidas. Al parecer estos artefactos son creados, más que para el entretenimiento, para provocar subidas de adrenalina en las personas que le piden algo más a la vida, que necesitan un estímulo que les haga salir de la rutina y les recuerde que están vivos. En este documental explicaban que una de las últimas en ser construidas, que había tenido un costo de alrededor de veinticinco millones de dólares, garantizaba algunas de las condiciones más extremas a las que un cuerpo humano puede ser sometido dentro de los límites de un parque de atracciones.
Por propia decisión personal al haber nacido con tendencias adrenalínicas (ni siquiera sé si existe esta palabra), decidí desde mi más tierna infancia subirme en la montaña rusa más salvaje que existe, la de la vida, una montaña en la que sigo subido a pesar de que dicen los sabios que los años aplacan los ánimos. Vivir en una montaña rusa implica enfrentarte a subidas de vértigo, a veces rápidas, a veces demasiado lentas, y también enfrentarte a caídas que te dejan sin aliento y te recuerdan constantemente que la vida está en un continuo proceso de transformación. Llegar a pensar en la sola posibilidad de que mi vida fuera lineal, sin la adrenalina provocada por el estrés de ser yo mismo, me parecería un crimen contra mi propia esencia y mi razón de ser.
Me encuentro rodeado de personas, todos lo estamos, que entienden que eso de las subidas de adrenalina hay que dejarlas para las esporádicas visitas a los parques de atracciones y que, en la vida, hay que centrarse en trabajar, aunque sea de manera constante y anodina, y dejarse de tonterías, que no está el horno para bollos. Y así nos va. Generación tras generación, repetimos los mismos errores y enseñamos a nuestros hijos a vivir centrados en la consecución de objetivos profundamente ridículos, si tenemos en cuenta que nos hemos auto impuesto el título de supuestos homos pensadores. Uno de esos errores, tal vez de los más graves, es el de asumir la teoría y práctica de la auto supervivencia como dogma de fe, como si pensar en los demás fuera simplemente un efecto colateral de nuestro paso por este mundo. Y otro error, el peor, es el de haber incluido en nuestra supuesta evolución la capacidad de ignorar, sin que nos afecte, todo aquello que no hacemos por los demás, como si hubiésemos construido un escudo protector en nuestra mente, y hasta en nuestro alma, que nos impidiera sentir el dolor ajeno a pesar de saberlo.
Jeffrey Sachs, en su libro "El fin de la pobreza", escribe lo siguiente: "¿Cómo puedo creer, me preguntan muchas veces, que unas sociedades materialistas y volcadas hacia el interior como la de Estados Unidos, Europa y Japón pueden asumir un programa de mejoras sociales, máxime si éste se dirige a los más pobres del planeta? ¿Acaso las sociedades no son cortas de miras, egoístas e incapaces de responder a las necesidades de otras sociedades? Creo que no. Otras generaciones han triunfado a la hora de aumentar el alcance de la libertad y el bienestar humanos mediante una combinación de esfuerzo, paciencia y las profundas ventajas de situarse en el lado adecuado de la historia. Me vienen a la memoria tres grandes desafíos generacionales en los que se confirmaron los derechos de los pobres y los débiles. Estos tres ejemplos sirven de inspiración y guía para nuestra época: el fin de la esclavitud, el fin del colonialismo y los movimientos por los derechos civiles y contra el apartheid (...)".
Tiene razón Sachs en su opinión basada en la defensa del optimismo a ultranza, esto es, a pesar de lo que parece a simple vista, en el fondo de todos nosotros, los alineados y los adrenalínicos, subyace una conjetura paradójica que nos hace ignorar a los demás y, al mismo tiempo, tenerlos en cuenta. El problema es que, a veces, para saber situarse en el lado adecuado de la Historia, sería conveniente mostrar un poco más de agilidad en las resoluciones porque, de lo contrario, nos encontramos con la cruda realidad de haber hecho lo correcto pero demasiado tarde. Y valgan para ello los tres ejemplos que él sugiere como inspiración, el fin de la esclavitud, pero después de años interminables de sufrimiento, humillación, familias rotas y muerte; el fin del colonialismo, pero después de años interminables de sufrimiento, humillación, familias rotas y muerte; los movimientos por los derechos civiles y contra el apartheid, pero después de años interminables de sufrimiento, humillación, familias rotas y muerte. Así, desde esta perspectiva de surrealismo positivista, también podríamos aludir al fin del exterminio judío, o a las matanzas de Darfur, o al genocidio por omisión que estamos cometiendo en África y con el resto de los pobres del mundo. Acabamos con la industrialización de la muerte en la Alemania nazi, pero después de años interminables de sufrimiento, humillación, familias rotas y muerte; parece que se va controlando a duras penas la situación en Sudán y que las matanzas de Darfur se van aplacando, pero después de años interminables de sufrimiento, humillación, familias rotas y muerte. Sin embargo el positivismo resulta difícil de aplicar al día a día de los que viven sin nada y mueren por nada, aquellos que, sin saberlo, esperan una reacción del mundo avanzado actual en la creencia de que, una vez más, y aunque sea tarde, sabrá situarse en el lado adecuado de la Historia. Pero no es así.
Robert Kennedy dijo unas palabras que conviene traerlas a colación en estos momentos de dudas existenciales sobre la capacidad de sentirse humana de la Humanidad "Que nadie se sienta desanimado por la creencia de que no existe nada que un hombre o una mujer puedan hacer para combatir la infinidad de males en el mundo; la miseria y la ignorancia, la injusticia y la violencia. Pocos tendrán la grandeza de moldear la historia entera; pero cada uno de nosotros trabaja para modificar una pequeña parte de los acontecimientos, y el resultado total de todas esas acciones aparecerá escrito en la historia de esta generación. Es a partir de los innumerables y variados actos de coraje y fe como se conforma la historia de la humanidad. Cada vez que un hombre defiende un ideal, actúa para mejorar la suerte de otros o lucha contra una injusticia, transmite una onda diminuta de esperanza. Esas ondas se cruzan con otras desde un millón de centros de energía diferentes y se aventuran a crear una corriente que puede derribar los muros más poderosos de la opresión y la resistencia".
Grandes palabras. Ahora seamos capaces de hacerlas realidad. En la montaña rusa de mi vida, la subida de adrenalina me la provoca saber que, mi obcecación por dar a conocer la existencia de la pobreza extrema, se ha convertido en un acto de fe. Posiblemente, si lo supieran los que acuden a los parques de atracciones en busca de emociones fuertes se pondrían de mi lado. Y si supieran lo que se puede hacer en África con los veinticinco millones de dólares que ha costado la montaña rusa en la que están subiendo, descubrirían lo que es una auténtica subida de adrenalina.