Una colaboradora muy activa, y militante solidaria de primera línea, se encontraba vendiendo el librito El Safari de la Vida en una calle muy concurrida del centro de Madrid. Andaba para arriba y para abajo intentando que alguien le hiciera caso para explicarle, brevemente, el mensaje que estamos intentando transmitir sobre la ayuda urgente a África, y que esa ayuda comienza porque uno mismo sea consciente de la necesidad de hacer algo sin sentir que practica una decadente caridad. De pronto, nuestra entusiasta y valiente colaboradora se dirige a dos señores muy bien vestidos que pasaban junto a ella "Perdonen, ¿puedo hablarles un minuto sobre nuestra misión en África?". Uno de los señores se encaró con ella, visiblemente mal humorado, y le dijo "¡No moleste! ¿No ve que está interrumpiendo una conversación?". Entonces ella pidió disculpas aludiendo que no era su intención interrumpirles y que sólo quería mostrarles un librito con un mensaje solidario por África. Lamentablemente, de nada sirvieron sus disculpas, el señor estaba herido en lo más profundo de su ser por semejante falta de educación de interrumpir su conversación para enseñarle no sé qué de África. Y fue precisamente en ese momento cuando sacó a relucir lo mejor de nuestra evolucionada y avanzada civilización al contestarle a la chica: "¡¡Váyase usted a la mierda!!".
Evidentemente, ni todo el mundo es igual ni todas las reacciones son tan escatológicamente despreciables, pero sí que, una desmesura de semejante calibre, permite que se pueda tener una pequeña idea de por dónde camina nuestra concienciación en lo que respecta a que los demás se mueran por nada mientras nosotros podríamos evitarlo fácilmente. Resulta verdaderamente incomprensible para una persona como yo, que ha vivido experiencias tremendamente dolorosas en el reino de la muerte fácil, el que a estas alturas alguien se pueda ofender tanto porque una voluntaria le pida un minuto de su tiempo para hablarle de los que más sufren.
Seguramente alguien me podría decir que tal vez el ofendido señor estaba hablando de algo muy importante y reaccionó mal ante la interrupción. Y tal vez eso puedo llegar a entenderlo, pero cómo entender entonces a los que, sin necesidad de argumentar excrementos en su defensa, sino más bien todo lo contrario, te sonríen como si fueran ángeles celestiales, llegan al mismo punto de encuentro que el señor enfrentado a nuestra colaboradora. Es decir, lo mismo es que te manden al infinito pestilente o que te inviten a un café si, al final, el resultado es que involucrarse en ayudar a los que no entienden nuestra indiferencia se convierte en una pura quimera de lo absurdo, o en una paradoja de lo humano, que es peor.
Parece ser, según cuenta Miguel Ángel Mellado en El Mundo, que hay un investigador próximo a los noventa años, de nombre Zecharia Sitchin, que afirma que unos extraterrestres del planeta Niburi llegaron a la Tierra hace 450.000 millones de años, año arriba o año abajo, porque habían descubierto oro. Como necesitaban mano de obra barata, para extraerlo hicieron algunas modificaciones genéticas en los monos pobladores de nuestro planeta, y así estuvieron hasta que acabaron prácticamente con todas las reservas del preciado mineral y se marcharon. Con la llegada del gran diluvio de hace 30.000 años desaparecieron las ciudades construidas por ellos, pero los obreros, nosotros, sobrevivimos y hemos conseguido llegar hasta los días presentes.
La teoría de Sitchin puede parecer, como mínimo, una parida de novela barata de ciencia ficción, pero lo cierto es que el tipo ha conseguido vender millones de libros con ella. Y esto debe ser así porque lo que nos gusta es figurarnos la vida, imaginar realidades, o pseudo realidades paralelas, que entretengan nuestra mente de la evolucionada estupidez del vivir sin sentir la vida. Sin embargo, la realidad real, la no paralela, la que no se esconde tras las teorías, se ha enquistado en nuestros cerebros provocándonos la ceguera más destructiva, la de aquel que, viendo, se niega a ver.
Negar lo que está pasando en África es de un nivel tan criminal como negar el Holocausto judío en el que los nazis industrializaron el exterminio. No darnos por enterados de que podemos y no queremos es también un grado avanzado de negación. Y no hacer nada alegando que no podemos, que no nos fiamos, que ya colaboramos de cuando en cuando o que eso es cosa del Gobierno, forma parte de la autoría punible.
Tal vez, parafraseando a nuestro digno caballero que paseaba conversando apaciblemente por la capital de un Estado del primer mundo cuando una voluntaria solidario lo interrumpió, deberíamos irnos todos a la mierda, los que pensamos que se puede y se debe hacer algo por África, los que piensan que no quieren, no pueden, no saben o no contestan y, por supuesto, los propios africanos. Tal vez así el profesor Sitchin tenga una nueva teoría para vender otros cuantos millones de libros en otro planeta.