Prem Rawat, también conocido como "Maharaji", viaja llenando auditorios alrededor de todo el mundo, desde hace 40 años, llevando un mensaje sobre la posibilidad que tiene cada persona de encontrar la paz en su interior, sin importar sus circunstancias (www.lapazesposible.tv). En una conferencia que dio en la ciudad de Quito (Ecuador), dijo lo siguiente: "Para ti un milagro es que empiece a salir leche de la pared. Para mí, eso es un problema, no un milagro. Así es. Si ocurre que sale leche de la pared en cualquier otro lugar, es un milagro. Si es en tu casa, sobre tu cama, es un gran problema. ¿Acaso no pasa así en tu casa? Cuando de pronto empieza a salir agua de la pared, ¿a quién llamas? ¿A un sacerdote, o a un fontanero? Llamas a un fontanero. ¿Por qué? Porque sabes que no es un milagro, sino un problema. El milagro es tu existencia. El milagro es tu vida. El milagro es la dicha que reside dentro de ti. El milagro es la paz que danza dentro de ti. Comprende y siente".
Este hombre, que hizo su primera aparición pública a los 3 años, y que ha hablado en los foros más importantes del mundo, tiene la firme convicción de que la solución a todos los problemas está dentro de nosotros mismos, mientras que nosotros, testarudos, nos esforzamos en buscar mil y una soluciones en cualquier otro lugar menos en nuestros corazones. Verdaderamente el esfuerzo que realiza es sobrecogedor, porque son cientos de miles de personas las que le han escuchado y se han convencido de sus palabras, poniendo en práctica algo tan sencillo y a la vez tan complicado.
Sin embargo, cuando uno ve las noticias, puede llegar a pensar que los esfuerzos de Maharaji, y de otros tantos como él, no son más que ilusiones utópicas que no conducen a nada o, a lo sumo, que sus beneficios solo alcanzan a una mínima parte de la población. Debería ser un tanto descorazonador saber que, tras cuarenta años predicando la paz, cada vez hay más guerras, más odio y más violencia. Es más, uno puede pensar que, de ser el señor Maharaji, casi sería mejor pensar en ir dedicándose a otra cosa porque el negocio de la paz está inmerso en una verdadera crisis, incluso la paz en sí misma sería víctima de una crisis conceptual sin precedentes. Y puestos a ironizar, hasta cabría la posibilidad de tener que ser victima propiciatoria de un psicoanalista que supiera explicarnos cómo es posible que cuanto más hablemos de paz más se remueva la guerra.
Evidentemente, puestos en ese plan, nadie haría nada por nadie, ni la Humanidad tendría la más mínima posibilidad de regeneración porque, sabedores de que cualquier mínima iniciativa que intentase mejorar la convivencia estaría condenada al ostracismo desde su concepción, nos llevaría a no producir ideas solventes que, como mínimo, nos recordasen que algo de humanos hemos de tener. La idea de Maharaji no es mala, si una sola persona se encuentra a sí misma buscando en su interior, e insta a los demás que tenga a su alrededor a que hagan lo mismo, en un plazo de tiempo razonable habrá un número indeterminado de personas que reconozcan la existencia de la paz interior y quieran extrapolarla a su exterior más próximo. Y si esa actitud se replica constantemente, podría darse el caso de que una cierta parte de la Humanidad no sea partidaria de la violencia para resolver los problemas, ni los suyos ni los de los otros, y ese sí que sería un gran primer paso.
En la misma línea podríamos poner la consideración de la viabilidad de la ayuda al desarrollo. Cada vez son más personas las que me dicen que ellas harían algo pero que, finalmente, lo ven como una tarea tan imposible como intrascendente, porque el impacto de su pequeña aportación no es nada si lo comparamos con la magnitud del problema. Y esto, lamentable y ciertamente, es así. Aunque no conozco personalmente a Maharaji, creo estar en disposición de decir que, a buen seguro, él tampoco compartiría una opción de búsqueda de la paz interior que se tradujera en una simple acción espontánea o, peor todavía, en una aportación monetaria para que fueran otros los que busquen nuestra paz interior por delegación. Más bien él diría que el proceso de búsqueda es algo que lleva su tiempo, su paciencia y su constancia, todo ello con una inquebrantable fuerza de voluntad y convicción de conseguir aquello que nos hemos propuesto. Y eso es también lo que hay para la ayuda al desarrollo, no se trata de hacer una acción puntual anual que alivie nuestras almas, o donar sin tan siquiera preocuparnos de lo que se hace con lo que donamos. Lo que cuenta es la acción directa, la implicación real en lo que queremos hacer y el convencimiento pleno de que queremos hacerlo.
Definitivamente, si estamos firmemente convencidos de que podemos hacer algo conseguiremos hacerlo, y será ese convencimiento el que nos lleve a convencer a otros para que sean nuestros compañeros de viaje o inicien su propio el suyo propio. Una sola persona puede hacer que otra sea también capaz de visualizar el problema y ponerse manos a la obra para intentar solucionarlo. Y si se ha convencido a uno se pueden convencer a cien, y si esos cien convencen a cien cada uno, y así sucesivamente, pronto serán millones los que quieran hacer algo.
Voy a poner un ejemplo menor que resulta aplicable incluso en tiempos de crisis, sobre todo si nuestro generoso Gobierno, y el resto de los Gobiernos de la Unión Europea, quisieran colaborar ajustando sus legislaciones tributarias. En España vamos camino de los cincuenta millones de habitantes. Si uno de esos habitantes convenciera a otros cinco para hacerse cargo, cada uno de ellos, de una familia africana necesitada enviándoles directamente cien euros mensuales. Si a su vez cada uno de esos cinco convenciera a otros cinco, y cada uno de los veinticinco resultantes convenciera a otros cinco, insisto, implicándose en ello nuestro propio Gobierno con apoyo en la reducción de impuestos y publicidad institucional, nos encontraríamos con una economía de escala que nos llevaría en menos tiempo de lo que podríamos imaginar a que habría un millón de ciudadanos militantes solidarios. Y si, por poner un techo, cada uno de los que componen ese millón convenciera a otros cinco para hacer lo mismo, con los cinco millones resultantes, ni uno más ni uno menos, estaríamos resolviendo la papeleta vital de alrededor de cincuenta millones de africanos, porque la media familiar no es menor de diez individuos. Incluso podríamos destinar cinco de esos cien euros mensuales a cinco diferentes organizaciones no gubernamentales de reconocida solvencia, un euro para cada una de ellas significarían cinco millones de euros mensuales, o lo que es lo mismo, un infinito mundo de posibilidades de solucionar problemas tan urgentes como vitales.
Os imagino pensando que me he vuelto loco si me he llegado a creer que cualquiera de vosotros, no ya cinco millones de personas, estaría en disposición de enviar directamente cien euros mensuales a una determinada familia africana con nombres y apellidos. Y os doy la razón, puede que definitivamente esté loco y no tenga solución, pero también hay que pensar que la cordura imperante en la sociedad actual no está dando mucho resultado que digamos, y me podría remitir para corroborarlo hasta cuatrocientos años o quinientos años atrás con motivo de las colonizaciones. De seguir así más pronto que tarde nos encontraremos con más de lo mismo pero aumentado a la enésima potencia, es decir, los africanos morirán inexorablemente y decenas de millones de ellos no tendrán más remedio que invadirnos en busca de una solución que consideran se encuentra dentro de nuestras fronteras, o al menos eso es lo que les muestran los diferentes canales internacionales de televisión.
Resulta obvio concluir que, de casi cincuenta millones de personas en España, no sería imposible encontrar cinco millones para las que cien euros mensuales no signifiquen un agravio en su economía, y más si, como he apuntado anteriormente, el Gobierno colabora disminuyendo su presión fiscal para esos voluntarios solidarios dispuestos a hacer lo que ninguna institución oficial se ha atrevido a hacer hasta ahora. Si esa misma política se aplicase en el resto de países de la Unión Europea y, entre los más ricos y los más pobres se pudieran reclutar ochenta millones de personas solidarias que aportasen cien euros mensuales, de los cuales cinco van para cinco organizaciones no gubernamentales, la cifra resultante sería tremendamente escandalosa. De hecho nos daríamos cabezazos contra la pared por no haber iniciado esta medida mucho antes, porque ochenta millones de personas pueden solucionar la vida de diez cada una de ellas, que multiplicado son ochocientos millones. Si tenemos en cuenta que en el continente africano hay unos novecientos millones de personas, y que alrededor del cuarenta por ciento no necesitan ayuda directa, resultaría que todavía sobraría dinero para aplicar esta política solidaria a la creación de infraestructuras necesarias para el transporte, la sanidad, la educación y la vivienda. Todo ello sin olvidar que destinamos cinco euros mensuales a cinco organizaciones no gubernamentales, con lo que cada una de ellas obtendría la nada despreciable cifra de ochenta millones de euros al mes, más que suficiente para lograr sus objetivos de una manera eficaz y contundente.
Con esta teoría, en menos de cinco años se habría dado un vuelco total a la penosa situación en África, porque el estado del bienestar daría paso a la cultura necesaria para evitar la absurda supervivencia de la corrupción más despótica que se pueda imaginar. Lo mismo pasaría con la mayor parte de las supuestas guerras étnicas, cuyos diseñadores son empresas transnacionales con intereses tan espurios como miserables.
¿Sabéis lo más curioso de todo esto? Que para conseguirlo hay que meditar llegando a imbuirnos totalmente de la potencia lumínica que puede llegar a tener la luz de una vela. La ayuda al desarrollo es como la oscuridad más total en medio de la noche en campo abierto, no se puede ver nada si miramos cerca, cuanto menos si miramos lejos. Si, en esa oscuridad total, encendemos una vela, ésta iluminará todo lo que esté a nuestro alrededor, pero también su resplandor podrá ser visto muchos kilómetros más allá. De eso se trata, de que lleguemos a asumir que somos como una vela, aparentemente carente de ninguna propiedad cuando se encuentra apagada, pero con la posibilidad de servir de guía para muchos cuando está encendida. Antes de acostarte hoy, por favor, medita sobre la luz de una vela.