Leo en las páginas de negocios de El País una más que breve entrevista a George F. Loewenstein (o a lo mejor Lowenstein, porque lo mencionan de las dos maneras), estudioso norteamericano especializado en la influencia de la psicología sobre la economía y sus derivaciones conductuales en los individuos. Cuando digo que esta entrevista, realizada por Borja Vilaseca, es más que breve, me refiero a que no es de recibo que el diario conceda dos o tres páginas a cualquier político del momento que no tiene nada, o casi nada nuevo que decir y, sin embargo, cuando tienen un erudito a tiro, incluso un presunto Premio Nobel de Economía, le dedican media página y con foto grande, no sea que diga algo interesante y la fastidiemos. Claro que, después de lo de Obama, el responsable de contenidos del periódico puede pensar que eso de Premio Nobel lo puede ser cualquiera, con lo que nada indica que un economista deba ser refrendado informativamente con más espacio. Tal vez si fuera una prostituta, y sus proxenetas pagaran por la publicidad, como pasa en éste, y en otros insignes diarios nacionales españoles, no habría problema en dedicarle más espacio, pero claro, qué digo yo, siendo un tipo que critica la codicia humana ya puede estar agradecido por el mero hecho de haber sido mencionado. Me puedo imaginar el cabreo del periodista cuando viera su entrevista perfecta resumida en una mera mención de relleno.
En todo caso no es este un blog que pretenda la crítica periodística al periodismo, ni tan siquiera la constructiva, pero sí que en este caso ha lugar porque no es frecuente encontrar un "sabio" que entre a saco con algo tan deleznable, y tan habitual, como es la codicia. Tras definir la codicia como "el afán por desear más de lo que se tiene", advirtiendo que se trata de un "círculo vicioso que te lleva a perder de vista lo que de verdad necesitas", Loewenstein especifica que la codicia "nace de una carencia interior no saciada, y de la creencia de que podemos llenar ese vacío con poder, dinero, reconocimiento y, en definitiva, con un estilo de vida materialista, basado en el consumo y el entretenimiento".
Sin embargo el economista, en sus respuestas, deja bien claro que la codicia no es la causa ni el problema, sino que se trata sólo de "un síntoma del funcionamiento corrupto y perverso del sistema monetario sobre el que se asienta la sociedad occidental y, poco a poco, el resto de países y economías". Verdaderamente, uno después de tanto camino recorrido ya tiene una pequeña idea de lo que va la cosa, pero no deja de tener su enjundia que quien lo deje claro sea un experto en comportamiento económico, lo que no quiere decir que ni él ni yo tengamos razón. Eso sí, en caso de tenerla, se nos debería de quedar cara de estúpidos el leer que "hoy día, las leyes que rigen la economía fuerzan a los individuos a engañarse y estafarse unos a otros en la interacción que se realiza diariamente en el libre mercado". La mini entrevista a Loewenstein acaba con esta frase: "La verdadera riqueza y felicidad se genera al dar, no al recibir".
Los que nos dedicamos a esto de movilizar conciencias en beneficio de la ayuda al desarrollo, deberíamos plantearnos contratar a este hombre para aprovechar su prestigio y conocimientos desde un punto de vista técnico, así quedaría claro que, además de lo puramente evidente, también podríamos demostrar lo académicamente evidente. Desear más de lo que tenemos no es solamente el día a día de nuestras vidas, sino que también lo insuflamos a nuestros hijos desde su más tierna infancia, convirtiendo ese círculo vicioso que nuestro experto menciona en la entrevista en una forma intrínseca de ser, es decir, no se trataría de un círculo vicioso en sentido estricto, sino que nuestra propia definición de humanos llevaría aparejada la codicia como característica fundamental, inalienable e inseparable del homo pensador. Siguiendo la directriz del comportamiento observada por Loewenstein, la creencia de que el tótem del poder, el dinero y el reconocimiento nos hará felices también interiormente vendría a resultar una especie de delirio incrustado en nuestro cerebro, con el paso de generaciones de humanos estúpidos, que mejor hubieran hecho quedándose en una versión más simiesca sin necesidad de erigirse, ni posturalmente ni, tampoco, como líderes de la Creación, la Evolución o cualquier otra acción que permitiera haber llegado hasta el momento presente.
De no ser por el tremendo sufrimiento que conlleva, tendría su gracia que un día le pudieran dar el Nobel de Economía a un individuo que predica que la codicia viene dada por el funcionamiento corrupto y perverso del sistema monetario. Curioso parecer. Ahora resulta que no hay ninguna duda de que el sistema económico que está implantado a nivel planetario es corrupto y perverso, pero sin embargo nos sometemos a él como si nuestras vidas dependieran de ello, y es porque realmente dependen, de eso no hay duda. Entonces, ¿qué ha sido del homo pensador?, ¿cómo podemos considerarnos avanzados respecto de otras especies si ellas se dedican a vivir y nosotros a creer que vivimos?, ¿dónde queda entonces la retórica de ser humano, de ser persona, de dar amor o de compartir, aunque sea simplemente por intentar llenar ese vacío que nos deja nuestra vida estéril de acumulación descontrolada de cosas materiales?
Loewenstein cree, posiblemente de corazón, más allá de sus estudios, que la verdadera riqueza está en dar, no en recibir. Y desde luego es así, o debería serlo. Pero no conozco muchas personas que pongan en práctica esa teoría en toda su extensión. La codicia está tan ligada a la indiferencia que resultaría prácticamente imposible saber dónde acaba una y empieza la otra. Queremos más de lo que necesitamos para vivir. Hipotecamos nuestras vidas por cuatro paredes minúsculas teniendo millones de kilómetros de campo abierto. Vivimos para trabajar, y trabajamos para rodearnos de cosas que supuestamente nos deberían hacer tener una vida mejor, de no ser porque apenas tenemos tiempo de disfrutarlas. Pero de entre todas estas cosas, y otras mil que se podrían escribir sobre los efectos de la codicia, la peor es cuando sometemos ésta a la fuerza de la indiferencia, es entonces cuando nos damos cuenta que la mayor parte de la Humanidad vive miserablemente y nos da lo mismo. Como no tenemos tiempo, ni ganas, dejamos que a nuestra codicia y nuestra indiferencia se le una un instinto básico de nuestro yo más animal, el de la supervivencia. Que cada cual se las arregle como pueda. Incluido el amor, a nosotros mismos y a los demás, un sentimiento que parece no tener cabida en un mundo que definitivamente está sucumbiendo a la codicia.