Se ha celebrado en Madrid, con gran éxito de participación, la Fiesta de la Sagrada Familia donde, como su nombre indica, la llamada a la consagración familiar como motivo de vida era algo más que un objetivo, tal vez una razón de ser. El Cardenal Arzobispo de Madrid, Monseñor Rouco, afirmó en su homilía que: "El derecho a la vida
del niño, todavía en el vientre de su madre –del "nasciturus"–, se ve lamentablemente suplantado en la conciencia moral de un sector cada vez más importante de la sociedad, y en la legislación que la acompaña y la estimula, por un supuesto derecho al aborto en los primeros meses del embarazo".
Hasta aquí estoy de acuerdo con Rouco, es más, no seré yo quien le lleve la contraria en este asunto, y esto es así porque soy de los que piensan que, efectivamente, el nasciturus es un ser vivo desde el mismo momento de la concepción, por lo que el aborto voluntario no es otra cosa sino la eliminación de un ser humano. Es más, creo que debería existir un movimiento que defendiera que nuestra edad real es a partir de ese mismo momento de la concepción, así seríamos más conscientes de que nuestra vida empieza justo nueve meses antes de lo que en realidad creemos.
No creo que el debate sobre el derecho a la vida del nasciturus tenga razón de ser porque, incluso hablando de ciencia, y no de religión ni convicciones morales, lo cierto es que la unión de un hombre con una mujer puede provocar un embarazo, y el embarazo es un periodo en el que una mujer tiene un ser vivo en su interior desde el primer momento, desde el primer segundo. Muchos pensarán que se trata solamente de una bolita minúscula inanimada, pero en realidad de lo que se trata es de uno de los hechos más grandes de la Naturaleza, puesto que esa supuesta bolita lo que contiene es una carga inimaginable de material genético de ambos progenitores, y de toda la estirpe de estos desde el principio de los tiempos.
Estoy de acuerdo con el derecho a la vida del no nato, y por ello no tengo inconveniente en hacerlo público. Pero con la misma fuerza que defiendo este planteamiento he de defender igualmente el derecho a la vida del ya nacido, del que ha sido parido, del que mira a su alrededor y descubre la parte del mundo en que le ha tocado vivir. Y cuando miro a mi alrededor no veo que tenga mucho problema si lo que quiero es defender el derecho a la vida del ya nacido blanco, o para ser más preciso, nacido de cualquier color pero en el Primer Mundo. Sin embargo, y aseguro que pongo mucha atención, no veo que la defensa del ya nacido negro, y en África, genere el mismo tipo de polémica que el no nacido blanco.
Supuestamente, el que defiende el aborto, a pesar de no reconocer la existencia ni derecho alguno del nuevo ser en los primeros meses del embarazo, no debería tener inconveniente para defender la vida del ya nacido. Y lo mismo pasa con el que está en contra del aborto. Pero he aquí que asistimos impasibles a una debacle, de proporciones apocalípticas, por la que cada día mueren miles y miles de ya nacidos africanos, sin que se tenga constancia de ningún enfrentamiento civil en los países avanzados entre los mismos que defienden y rechazan el derecho a la vida del no nacido.
El sufrimiento de África debería ser nuestro dolor, pero no es así. Unos clamamos contra una ley y otros la celebran, unos a favor y otros en contra del no nacido, a favor de la mujer dirían estos últimos, pero ni unos ni otros somos capaces de exigir al Gobierno una ley que defienda a los ya nacidos africanos, más que nada porque eso nos queda lejos. Abortar, en todo caso, es una responsabilidad de quien aborta, y también de quien lo consiente. Pero no hacer nada por los que han nacido, condenados a muerte por nuestra dejación, es una responsabilidad colectiva por la cual algún día la Historia nos pasará factura.
Benedicto XVI, en conexión en directo con la Fiesta de la Sagrada Familia, manifestó: "Este testimonio cristiano, sereno y firme, es el mejor que podemos dar a nuestros semejantes". Pues eso digo yo, demos ejemplo a nuestros semejantes, unámonos todos los ahora enfrentados y hagamos algo. O aunque no nos unamos, pero hagamos algo, porque del nasciturus blanco al niño negro no hay más que un parto.