África esconde misterios verdaderamente increíbles que nos harán repensar muchos de nuestros actuales esquemas vitales. Pero también esconde pobreza, dolor, llanto, desesperación y muerte. Para los que quieren descubrir esos misterios sin ignorar el sufrimiento es este blog.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Sobre lo incomprensible

Hace tiempo, en una visita a Addis Abeba, la capital de Etiopía, recordé un magnífico reportaje publicado en El País Semanal por Jaime López, con unas también magníficas fotografías de Tomás Abella. El reportaje se titulaba “El milagro del agua”, y narraba el increíble cambio que puede suponer en las personas el hecho de disponer de una fuente de agua en un entorno que no diste de su aldea más de unos pocos kilómetros. El hecho de tener que ir andando cada día las mujeres a por agua (porque casi siempre son ellas), tardar dos horas en llegar, gastar una más en hacer cola y otras dos horas en regresar hace que sea inimaginable el acceso a ningún tipo de educación, por no mencionar otro tipo de males derivados. Un simple pozo de agua potable a media hora de su casa modificaría todo el esquema organizativo de vida.

Pero no es sólo el problema de la distancia contra el que hay que luchar, las sequías crónicas e intensas hacen que la vida allí sea un milagro constante a pesar de que, como menciona en el reportaje el señor Korei, funcionario del Ministerio de Recursos Hídricos etíope, "ni siquiera estas sequías explican la dificultad de la población para acceder al agua potable. La cantidad de aguas subterráneas y en superficie es suficiente para suministrar agua potable a toda Etiopía. Lo que pasa es que sólo se aprovecha el 2,5% de ella". El autor del reportaje hace hincapié en que esas aguas de superficie incluyen el 86% del caudal del Nilo, el río más largo del planeta y que, incomprensiblemente, riega el quinto país más pobre del mundo.

¿Alguien puede explicarse por qué, habiendo el agua que hay, nadie hace nada por remediar tecnológicamente el problema y se sigue permitiendo que mueran por inanición miles y miles de personas y que otras tantas vivan en condiciones infrahumanas? ¿Tan complicado es realizar canalizaciones del Nilo para abastecer a la población y regar los cultivos impidiendo los efectos de las grandes sequías? ¿Tan difícil es hacer una política de localización de aguas subterráneas y perforación de pozos para solucionar el problema del día a día de millones de personas? Sin ir más lejos, yo conozco en España varias personas que son capaces de encontrar agua con un par de palitos en la mano o con un simple péndulo, y no se suelen equivocar, es decir, que no hace falta una inversión millonaria en sofisticados equipos tecnológicos para empezar a solucionar el gran problema de Etiopía. Y si de lo que se trata es de averiguar dónde está el agua del Nilo, hasta yo sería capaz de hacerlo sin palitos, ni péndulo ni nada, porque cada vez que he estado junto a él me he quedado impresionado por su majestuosidad, es decir, que no es un pequeño riachuelo que pase desapercibido.

Lo más curioso de este triste asunto del agua es que en África, en todo África, hay tanta abundancia de agua que, a poco que se empeñen, podrían hacer trasvases a la zona sur de España. Sin embargo los africanos se ven abocados a padecer las lamentables consecuencias de su escasez, de no poder abrir el grifo y ver que el agua que tienen de sobra fluye porque, para colmo, si es que fluye no es potable, fruto también de una nefasta, o más bien inexistente política de gestión de recursos hídricos. ¿Cómo es posible que el continente sea tremendamente rico en ríos super caudalosos y nadie, digo nadie, haga por utilizar los miles de millones de litros de agua dulce que van al mar en beneficio de los que tanto la necesitan? Y eso por no mencionar los meses continuos de lluvias torrenciales que, de guardarla, dejarían agua suficiente como para aborrecer su ingesta.

La búsqueda de culpables africanos en realidad no entrañaría mucho problema, conozco personalmente tantos ministros que no saben dónde tienen su mano derecha que difícilmente serían capaces de encontrar soluciones aunque las tuvieran delante de las narices. Por supuesto, también conozco a algunos jefes de esos ministros que, por motivos que escapan a mi humana comprensión, no entienden, o no quieren entender, que si sus ministros son incompetentes deben cambiarlos y, de paso, irse con ellos por mantenerlos en el puesto sin resultados patentes, excepto en su cuenta corriente (la de ambos). Y conozco técnicos africanos, muchísimos, que ya perdieron toda esperanza de ser escuchados para aportar sus soluciones basadas en la ciencia que sus Estados les mandaron estudiar para nada.

Pero si culpables son los políticos africanos de no ser capaces de aprovechar sus propios recursos, no menos culpables son los políticos europeos, España incluida, que continúan entregando cantidades ingentes de inútiles prebendas que se pierden en los pozos sin fondo de aquellos que, sin escrúpulo alguno, no pierden el sueño viendo morir a su gente mientras ellos se bañan en las cristalinas aguas del dinero de Europa. Y por si fuera poco ahora, además, vamos a ir preparando unos cuantos miles de millones de euros para que los países pobres se adapten ante la amenaza del cambio climático. ¿Alguien cree que esos fondos se van a utilizar para lo que en principio, y con buena e inocente fe son destinados?

África no necesitaría ayuda exterior si fuera capaz de utilizar sus recursos, pero para eso hace falta que alguien diga basta y que no se deje atemorizar por las voces que se levanten con acusaciones de neocolonialismo. Un país europeo, por ejemplo España, y sobre todo ahora que tiene de presidente a José Luis Rodríguez Zapatero, un hombre con muchos errores pero con un indiscutible sentido de la cooperación, puede dejarse caer en dos o tres países africanos al mismo tiempo y transformarlos de arriba abajo en un plazo de tiempo tan corto que resultaría insultante el no haberlo hecho antes. Y si España hace eso, y cada país de la Unión Europea hiciera lo mismo, y de paso convencemos a Obama de que a sus compatriotas por parte de padre hay que hacerles el trabajo en lugar de dárselo para que lo hagan ellos, entonces habremos acabado con el problema de África de una vez por todas. Esto es así de simple. No hay trampa ni cartón, sólo sentido común.

En todo caso, no lo olvidemos, encontrar soluciones para África pasa por conocer el terreno y saber lo que se necesita y cómo se necesita. Los Gobiernos del Primer Mundo creen que los parámetros por los que se mide África son los mismos que los de Europa o Estados Unidos, y digo esto porque, a la vista de lo que están haciendo desde hace décadas, han de tener esa distorsión de la realidad muy metida en la cabeza. Resulta curioso que, cuando estás en África, las cosas se pueden hacer por muy poco dinero, pero cuando ves los proyectos que se presentan en Bruselas para hacer en África te puedes echar a temblar por lo elevado de los mismos. Tanto es así que con la diferencia entre lo que la Unión Europea cree que cuestan las cosas en África, y paga por ello, y la realidad de lo que verdaderamente cuestan, se podrían hacer tantos pozos de agua o conducciones y trasvases como para dar por solventado el problema a nivel continental.

Tristemente ridículo, pero cierto, y sobre todo incomprensible.