Por Javier Bleda
Alguien me envió un correo con la
siguiente historia y me gustaría compartirla para que la conclusión llegue a
aquellos rincones más ocultos del corazón de aquellos que quieran leerla:
“Hace mucho tiempo, el hijo de un
rey de Persia fue criado con el hijo del gran visir y su amistad se hizo
legendaria. Cuando el príncipe accedió al trono, le dijo a su amigo:
- Por favor, mientras yo me
dedico a los asuntos del reino, escribe para mí la historia de los hombres y
del mundo, a fin de que extraiga las enseñanzas necesarias y sepa cómo es
conveniente actuar.
El amigo del rey consultó a los
historiadores más celebres, a los estudiosos más eruditos y a los sabios más
respetados. Al cabo de cinco años se presentó muy orgulloso en palacio:
- Señor, aquí tenéis treinta y
seis volúmenes en los que se relata toda la historia del mundo, desde la
creación hasta nuestro advenimiento.
- ¡Treinta y seis volúmenes!
-exclamó el rey-. ¿Como voy a tener tiempo de leerlos? Tengo muchas cosas que
hacer para administrar mi reino y ocuparme de las doscientas reinas de mi
palacio. Por favor, amigo, resume la historia.
Dos años después, el amigo
regresó a palacio con diez volúmenes. Pero el rey estaba en guerra contra el
monarca vecino y tuvo que ir a buscarlo a la cima de una montaña, en el
desierto, desde donde dirigía la batalla.
- La suerte de nuestro reino está
en juego. ¿De dónde quieres que saque tiempo para leer diez volúmenes? Abrevia
más la historia de los hombres.
El hijo del visir se fue de nuevo
y trabajó tres años para elaborar un volumen que ofreciera una visión correcta
de lo esencial. El rey estaba ocupado ahora legislando.
- Tienes mucha suerte de disponer
de tiempo para escribir tranquilamente. Mientras tanto, yo debo escribir sobre
los impuestos y su recaudación. Tráeme la décima parte de páginas y dedicaré
una velada a leerlas.
Así se hizo, dos años más tarde.
Pero cuando el amigo regresó con sesenta páginas, encontró al rey en cama,
agonizando como consecuencia de una grave congestión. El amigo tampoco era
joven ya; las arrugas surcaban su rostro, aureolado de cabellos blancos.
- ¿Y bien?- murmuró el rey entre
la vida y la muerte-. ¿Cuál es la historia de los hombres?
Su amigo lo miró largamente y, en
vista de que el soberano iba a expirar, le dijo:
- Sufren, señor”.
Parece mentira que una sola
palabra pueda contener en sí misma la máxima expresión de la realidad de la
historia de los hombres: Sufren. Desde que el primate pasó a ser humano, o
desde que el animal evolucionó a menos animal, o tal vez desde que aquél
microorganismo primigenio inicial recorriera un largo camino hasta llegar a
nuestros días, sea como fuera, lo cierto es que la historia de los hombres ha
estado y continúa estando llena de sufrimiento, no hemos sabido cambiar eso y,
al menos desde mi consideración, lo que hemos hecho ha sido incrementar nuestro
sufrimiento sin mejorar paralelamente nuestra capacidad para soportarlo.
Cierto es que hemos hecho cosas
grandiosas que ni tan siquiera hace unos cuantos años podrían haberse
imaginado, hemos dado enormes saltos cualitativos en nuestra carrera sin
límites hacia una tecnología imperante, lo cual nos ha llevado a mejorar la
calidad de vida de una parte de la población, alargar nuestras esperanzas de un
periodo vital más largo, descubrir nuestro mundo y hasta atrevernos a explorar
otros. Todo ello nos ha ofrecido una mejora constante, una disminución parcial
del sufrimiento para algunos, un creer que somos dueños de nuestro propio
destino, pero en realidad, a pesar de las inequívocas mejoras, no hemos sabido
hacer que la humanidad abandone la senda del sufrimiento autoinflingido, el de
las guerras, el odio, ese que hace de la diferencia barrera y no asimilación. Y
lo peor, no hemos sabido acabar con el peor de los sufrimientos, el sufrimiento
por dejación, ese que nos hace ignorar a los que sufren simplemente por estar
vivos, por haber nacido tal vez en el lugar equivocado, y es ese sufrimiento
ignorado el que debería hacernos reflexionar sobre la auténtica esencia de
nuestra propia existencia y si verdaderamente podemos llamarnos humanos cuando
no conocemos el sentido de tener humanidad.
Mirar al futuro con esperanza es
algo que hacemos a menudo, y si en alguna ocasión tenemos un momento bajo
bastará con que nos compremos un libro de autoayuda para creernos que la ley de
la atracción puede ofrecernos todo aquello que siempre hemos deseado. Pero hay
otros, la mayoría, que no miran el futuro porque bastante tienen con sobrevivir
al presente, que no tienen momentos bajos porque no saben lo que son los
momentos altos, y que no pueden tener bien abiertos los ojos en busca de
oportunidades porque las moscas de la miseria amenazan con la oportunidad que
ya tienen de estar vivos hoy, mañana ya se verá.