Por Javier Bleda
En temporada de vacaciones de
verano siempre son noticia los avisos a la ciudadanía para no dejar sus perros
abandonados, por ello televisiones y periódicos se esmeran en hacer reportajes
de residencias caninas donde poder alojar la mascota durante el viaje. No deja
de resultar curioso que precisamente este año, 2013, en plena crisis económica
y con una bolsa de parados que roza los límites de la pre revolución, los reportajes
sobre hoteles caninos se centren en establecimientos de lujo, y más
concretamente en el Tiny Dog Hotel de Marbella.
En este hotel parece que no
admiten perros con un peso superior a 8 kilos, en las instalaciones no hay
jaulas, tienen supervisión de cuidadores las 24 horas del día en grupos
reducidos, dan largos paseos por la playa, disponen de gimnasio, masajes
relajantes para el estrés provocado por la ausencia del dueño, camas especiales
y menús gourmet. Todo ello por un precio básico de 20 euros al día, salvo que
se soliciten extras para que el pobre perrito no sufra durante los días que
está fuera de casa.
Esto está bien, no hay nada malo
en ello, tal vez lo que debamos es aplaudir a los propietarios del
establecimiento por haber sabido encontrar un segmento de mercado que está ahí
y que les sirve para ganar dinero. Por supuesto, tampoco pretendo criminalizar
a los propietarios de los perros que los alojan allí, a fin de cuentas un perro
es uno más de la familia. Además, por cada perro que acude a un hotel de lujo
hay miles que son abandonados y que, con mucha suerte, tal vez acaben en un
albergue con un futuro nada prometedor.
No es cuestión de hacer demagogia
fácil con esto de los perros alojados en hoteles de lujo, pero sí quisiera
hacer un llamamiento a la reflexión sobre aquellos que, sin importar si son
tiempos de crisis o no, sin importar si es temporada de vacaciones o no, sufren
los rigores del hambre y la sed, de las enfermedades y los rigores climáticos,
del abandono y la pobreza extrema, y sobre todo del olvido y la dejación por
parte del resto de la
Humanidad.
Podría estar escribiendo sobre
esto cada día, cada mes, cada año, cada eternidad, pero difícilmente se
conseguiría con ello cambiar una realidad tan dolorosa que ya dura desde que el
ser humano es a la par inhumano. ¿Cómo es posible que no pensemos en los miles
de millones de personas que cada día tienen que mirar a la vida de frente y a
la muerte de reojo? Se quejan las organizaciones no gubernamentales que con la
crisis las ayudas están sufriendo enormes recortes desde hace ya varios años,
eso es una realidad incuestionable, pero, ¿y antes de la crisis? ¿y antes de
las otras crisis? Para combatir la pobreza extrema no podemos centrarnos
únicamente en los dineros ni en los flujos económicos que van y vienen. Hay que
ir mucho más allá alcanzando un cambio global de mentalidad que nos lleve a
preguntarnos si es lícito dejar que la gente muera por nada, por no tener unas
monedas para pagar una mínima asistencia médica, por no tener acceso a la
comida y el agua, por no ser considerados ciudadanos de primera, ni de segunda,
ni siquiera de tercera, simplemente no ser considerados.
Mientras no reconozcamos que la
mayor parte de la Humanidad
está viviendo al límite seguiremos equivocándonos, continuaremos por un camino
que únicamente nos puede llevar al colapso. No es cuestión de dejar de atender
a los perros, sino que de una vez por todas empecemos a pensar en los que
tienen una perra vida.